A todas las luces que han alumbrado mi sendero, especialmente a mis padres, Mario y Celia, quienes con el trayecto de sus historias me han enseñado a valorar los eventos de la vida. A mi hermana Coty, hubiese querido pasar más tiempo contigo. A la salud de mi familia, de mis amigos y de México, recordemos que somos uno.
Porque así me has dado mundo
a conocer tus espacios,
descubriéndote maravillosamente
ante mis ojos admirados.
Esta humilde alma te agradece vida
haberle dejado saborear el néctar
de tus rincones escondidos.
Y descubriendo también en ti
he aprendido,
que importante no es el sitio
sino lo que se haga en él.
Patricia Fromer
Agosto, 1993
Índice
Descubriendo Sabores
México Tradicionalmente Hospitalario
¿De dónde vienes?
Compárteme tu vida
Ingrediente Secreto (tu energía)
Te comparto de lo mío
Los viajes de mis padres
En busca de una mayor riqueza
No todo lo que relumbra…
La otra cara de la moneda
¿Tianguis, mercado o supermercado?
Sabor a la Mexicana
¡Regionalízate!
DESCUBRIENDO SABORES
Creciendo en una pequeña ciudad en donde nunca pasa nada, el salir a pasear aunque fuera a unos cuantos kilómetros de distancia, resultaba en toda una aventura. Aunque claro, con el gran apetito que siempre ha caracterizado a mi familia, el comentario más frecuente no era sobre lo que íbamos a ver o a dónde nos íbamos a quedar o lo que íbamos a hacer, sino más bien lo que íbamos a comer, sobre todo si ya habíamos visitado ese lugar anteriormente. Los platillos y la sazón de cada Estado y de cada región era el tema central en nuestra espera inquieta.
“Y por favor no pidan chilaquiles” decía mi papá justo cuando se nos empezaba a abrir el apetito y andábamos paseando por algún lugar. Esta fue la frase que despertó por primera vez en mí una inquietud sobre el por qué disfrutar lo típico de cada región a donde íbamos, ya que como el maíz ha sido nuestro alimento nacional y por ende todos sus derivados, pues la tortilla y sus combinaciones culinarias en muchos de nuestros platillos no sólo son utilizados en varias regiones de México sino son comunes en el menú diario de la mayoría de los hogares. Así que, cada vez que llegábamos a un restaurante del lugar que estábamos visitando, especialmente si nos encontrábamos en la zona costera, era una tradición oír la frase salir de la boca de mi papá: “¡Pa chilaquiles en su casa!”
El anhelado paseo nos hacía viajar antes de salir, las conversaciones que teníamos a la hora de comer o durante la merienda giraban alrededor de la última vez que habíamos visitado ese lugar, de lo que habíamos visto, de lo que le había ocurrido a alguno de nosotros, de las personas que habíamos conocido, de algo que nos había impresionado, de algo que nos sorprendía porque nunca lo habíamos oído mencionar o porque nunca antes lo habíamos visto, así pudiera ser una palabra, un ave, una flor, una comida o hasta un paisaje, aunque lo más común nos sucedía en el momento que entrelazábamos una conversación con los habitantes de aquellas regiones y es que, a pesar de que en México el idioma oficial es el español, también tenemos una gran cantidad de modismos, aparte de los dialectos, que varían de región en región, sin embargo de alguna forma nos damos a entender unos a otros, aunque nunca faltan los momentos en que esas variaciones del idioma nos llevan a situaciones graciosas y hasta embarazosas, como fue la ocasión en que me preguntaron si quería un birote, ni siquiera me pude imaginar lo que sería eso, pero seguramente la expresión de mi cara les hizo saber que me había imaginado lo peor.
– ¿Biroteeee? –pregunté como si me estuvieran hablando sobre algo de otro planeta.
–Sí, es un pan largo –me contestó el mesero con su acento costeño.
El muchacho estaba un poco desconcertado pues no entendía el motivo de mi asombro.
–Bueno, se lo traigo y si le gusta pos se lo come y si no pos lo deja.
–Bueno –le contesté. Siempre y cuando se tratara de algo para comer estaba bien, pues para eso nosotros nunca nos hemos hecho del rogar.
Cuando regresó con el famoso birote, resultó que era exactamente lo mismo que nosotros conocemos como bolillo, nos atacamos de la risa y no dejábamos de repetir la nueva palabra que habíamos aprendido “birote”. Lo más gracioso es que en otra ocasión y en otro lugar nos volvió a suceder exactamente lo mismo, nada más que esta vez nos preguntaron si gustábamos unos “torcidos”.
Las malinterpretaciones se daban no sólo por el cambio de nombre de algunas comidas, sino también por la forma de hablar en los diferentes Estados.
Recuerdo cuando una niña que tendría unos once años de edad y que vendía collarcitos de piedritas de río hechos a mano me preguntó–: ¿Y cuál es su gracia?
Yo, sin pensarlo, le respondí:
–Pues a mí me gusta contar chistes –y le pregunté–: ¿Pero cómo es que tú sabes eso?
Ella se echó a reír cubriéndose el rostro con la mano izquierda, como si no hubiera querido reírse y sonrojada, como si no quisiera ofenderme, pensó las palabras antes de hablar y pronunció con más claridad como para no confundirme:
–Mi gracia es Xóchitl. ¿Cuál es su gracia?
Solté la carcajada por lo ridícula que me había yo escuchado y le contesté:
–Mi gracia es Patricia.
Después de despedirnos y de que ella me deseara que “Dios me acompañara”, no quedó en mí más que el pensamiento de reflexión de aquella niña, quien tan pequeña, ya estaba ganándose la vida como decimos en mi pueblo, y quien además conservaba la pureza de las costumbres de su región.
Para otros, el uso de las palabras que se llegaban a malinterpretar los llevaba a problemas mayores, como le sucedió a mi hermano en un viaje que realizó con algunos amigos cuando decidieron parar a comer en una